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Reflexiones para tener éxito y verdadera paz y felicidad en la familia.

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Por Monseñor Dávila Gándara / Analizando uno de los comentarios, que por ahí me hizo una persona sobre el Artículo sobre los Deberes de los padres sobre los hijos y éstos para con sus padres.
Esta persona dice: los buenos padres no necesitamos tener una religión mucho menos una tan obtusa como la que ustedes profesan para educar a nuestros hijos con principios de amor, respeto, honestidad, responsabilidad.


Contesto este comentario con unas preguntas ¿Cuáles han sido los resultados de la educación laicista de independencia del hombre hacia Dios? ¿los valores de amor, respeto, honestidad, responsabilidad, acaso no tienen su origen en los diez mandamientos?.

Precisamente el caos y oscuridad de estos tiempos, es por infundir sin Dios dichos principios y valores y justamente eso es lo esta pasando actualmente por que si hablamos del amor sin Dios lo único que impera como en la actualidad es el egoísmo; sucede algo parecido cuando hablamos del respeto sin Dios dando como resultado que en estos días perduren los caprichos, los abusos, la violencia y la muerte en todos los niveles; lo mismo sucede si hablamos de honestidad sin tener en cuenta a Dios ustedes pueden ver hoy en día las terribles consecuencias en la abundancia de la corrupción en todos los estratos de la sociedad; lo mismo sucederá al tratar de infundir responsabilidad sin tener en cuenta a Dios el resultado será lo que esta sucediendo una irresponsabilidad en padres e hijos y en todos los niveles; recordemos que todo este desorden es debido a que el hombre se ha olvidado de Dios y se ha dejado llevar en muchos de los casos de una manera inconciente de las doctrinas destructoras, hedonistas y egoístas que tanto propagan los estados laicos y los medios de comunicación.

La solución de todo este desorden y crisis no los da San Pablo el cual nos dice: El único remedio para este mal, no es amor que se basa en el sexo, ni en el goce de los sentidos. El amor supone una vida espiritual. Y cuando esta vida espiritual no se ha enfocado en las líneas del pensamiento y no se ha hecho, al mismo tiempo, norma de vida, es imposible querer restaurar lo que se ha roto. El amor debe estar amasado con virtudes que lo conserven y eleven. Cuando éstas se ausentan, va perdiendo solidez el edificio de la familia.

Si en lugar de una vida de fe, se entregan los esposos y la familia a una vida enteramente material; si en vez de vivir fuertemente aferrados a la esperanza del cielo, quieren saciar todas sus egoístas necesidades en esta vida; si en vez de la caridad, viven de egoísmos; si en vez del recogimiento y de la modestia cristiana, la mujer busca saciar su afán de coquetería y pasa más tiempo en las fiestas y reuniones que en su hogar; si el esposo busca y desea participar de todas las diversiones que existen en el ambiente; si en vez del recato y la humildad, ambos esposos buscan para sí mismos, y el uno para el otro, la exhibición de sus ropajes; si en vez de querer sacrificarse unidos por sus hijos, se les considera como despreciables porque limitan los propios goces; si en vez de la oración vespertina, se pasan las últimas horas en la televisión; si la castidad y la fidelidad son un mito… yo me pregunto, ¿existe hogar y familia?... ¿existe ambiente educativo en el hogar?... ¿qué será de los hijos?... si a esto le añadimos las pasiones, las diferencias de caracteres y la incomprensión por las diferentes psicologías, el orgullo del hombre que se cree infalible y que cree que no puede darse otro pensamiento más que el suyo, y que tiene el monopolio de la verdad; la susceptibilidad femenina que hace de cada detalle una puñalada a su sensibilidad; etc.: todo esto, es una amenaza a la estabilidad del edificio matrimonial, y siempre por terrible necesidad, actúa en forma dolorosa sobre las tiernas almas de los hijos.

Por eso San Pablo, en sus célebre capitulo de la caridad fraterna, nos señala el remedio de muchos de estos males. No basta el amor, es necesaria la caridad en el sentido cristiano. Sí, “aquella caridad que es paciente, dulce y benéfica; que no es envidiosa ni precipitada; que no se hincha de orgullo, ni conoce desdén, ni corre en pos de sus intereses propios; que no se enfada ni riñe; que no admite juicios temerarios; que no goza de la injusticia, sino de la verdad; que todo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre”. Esta es perenne, y por lo tanto, no logrará borrarla ni la vejez ni aun la muerte, la caridad de tiernos sacrificios y de prolongadas paciencias. La caridad sin cual no somos más que bronces sonoros y timbales retumbantes.”

Hoy en día no basta la mucha información secular que proporciona un sin número de directivas para los padres. Casi toda ella se ocupa del “cómo” de la paternidad, pero muy poca del “porqué”. El propósito de este escrito es reconocer que para tener verdadero éxito una familia tiene que ser más meramente “buena” en el sentido correcto (porque al igual que otras virtudes a la bondad se le adultera el sentido).

Todos sus miembros deben de estar empapados del concepto cristiano de la vida. porque ¿qué gana un padre y una madre si logran buena posición social y perfecto equilibrio psicológico entre los miembros de la familia, si no sirven a Cristo en la tierra y ganan la eternidad con Dios para ellos mismos y sus hijos? Lo que queremos en estos escritos es dar los elementos para poder definir la naturaleza y los propósitos de la vida cristiana doméstica y alentar a los padres a alcanzar sus elevados y valiosos fines.

A fin de que se entienda qué objetivos se tienen que perseguir como padres, se debe saber primero que la familia católica, simboliza en miniatura el Cuerpo Místico de Cristo. El esposo y padre es la cabeza del cuerpo y representa a Cristo. La esposa representa a la Iglesia, y los hijos, como miembros del cuerpo, representan a los fieles. Y esta unidad de la familia ha sido designada por Cristo para adorar a nuestro Padre Celestial. Por medio de su vida en común, todos los miembros dan gloria a Dios y expresan su sumisión a Él.

Los padres alcanzarán gran éxito en su vida familiar si recuerdan que están cumpliendo esta vocación sagrada. De la misma manera que el sacerdote, los padres tienen la misión de enseñar, guiar y santificar a sus hijos en nombre de Jesucristo.

Por consiguiente, la tarea de los padres es una tarea religiosa y sagrada. Podrán dar al mundo médicos, abogados, científicos; pero no habrán tenido éxito si sus hijos no alcanzan el cielo por no haber recibido todas las oportunidades de alcanzarlo. Y cuando los padres empiezan a considerar a la familia desde este punto de vista cristiano, comienzan también a darse cuenta de las potencialidades de su vocación.

Desgraciadamente, hoy en día no siempre tenemos esa vida católica familiar de la que generaciones más antiguas estaban justamente orgullosas y que produjeron seres humanos admirables y cristianos prominentes. Los hijos adultos de aquellas magníficas familias mexicanas tienden ahora a rechazar el modo de vida doméstica de sus padres.

La práctica del trabajo arduo y prestar servicio a los demás, el equilibrio mental, el sentido de lo bueno y malo, la fe religiosa que recibieron, todo esto lo desean para sus hijos también, pero con frecuencia no quieren hacer todo el trabajo o no aceptan el punto de vista que hace posible tales realizaciones. De hecho, algunas parejas se han alejado tanto de los ideales del matrimonio cristiano que no son padres cristianos en absoluto.

Hoy en día vemos exaltar al individuo a expensas de la familia. La gente se casa insensatamente y luego deja el matrimonio para seguir su propia conveniencia. Otros limitan deliberadamente la procreación restando así importancia a la vida sólida de una familia cabal; su mentalidad, hecha a la idea del control de la natalidad los induce a considerar su unión como mero compañerismo o como un medio de gratificación mutua. Con frecuencia, una pequeña y próspera familia tiene un egoísmo inquebrantable que perturba, cuando no destruye, la paz doméstica. Y los padres que usan anticonceptivos suelen tener opiniones laxas sobre moral sexual, y así dañan a las conciencias jóvenes que están bajo su cuidado.

Muchas esposas modernas han olvidado, o no quieren saber, que su objetivo más importante es la maternidad, y que construir un hogar es su más meritoria carrera. Rehúsan hacer grandes sacrificios por sus esposos o su familia. También muchos maridos se han divorciado mentalmente de su elevada misión de maestros y directores de sus hijos jóvenes; como resultado de esto, sus hogares se encuentran en un estado de anarquía o de matriarcado (porque el esposo supuestamente llega cansado y estresado por el trabajo, y lo único quiere es descansar y ver TV). De tal modo que el vínculo matrimonial ha dejado de ser en muchos casos moral y espiritual para convertirse en un lazo sensual, social y estético.

Algunos sociólogos modernos han llamado a la inquietud católica, por la podredumbre de la moral pública y privada y la desintegración de la vida familiar, “necedades alarmistas”. Pero la Iglesia que trata a la gente como personas y que esta interesada en su bienestar moral, sabe que los divorciados, promiscuos, drogadictos, alcohólicos, homosexuales y delincuentes juveniles y delincuente de todo índole; y ya no sólo la Iglesia ve esto, sino la sociedad entera ésta alarmada por tanta inmoralidad y violencia y muerte. Y esto puede verse en cualquier estrato social. Los padres, médicos, maestros y ciudadanos estimables están justamente alarmados, aunque los sociólogos y psicólogos no lo estén. Y los padres en cuanto tales deberán estarlo también, no sea que la plaga llegue, sino es que ya llego a infectar su hogar.

Uno de los culpables de esta plaga que daña a la felicidad moderna puede honestamente atribuirse a la cultura laicista(que busca una sociedad sin Dios) de nuestro país como ya lo hemos dicho, que equipara la felicidad con la persecución del placer individual y niega la existencia de metas espirituales y valores. La falta de religión, el agresivo agnosticismo de nuestras instituciones públicas, particularmente nuestras escuelas, y la negación de la autoridad y derechos de los padres, están todos relacionados con el laicismo.

El hombre moderno si realmente quiere que vuelva la armonía familiar y la verdadera paz a la sociedad tendrá que volver los ojos hacia Dios, arrojando de su corazón la soberbia y el egoísmo que le destruye el corazón que es lo que lleva a su alma al vacío de Dios, por medio de la humildad tendrá que poner nuevamente en su corazón a Dios, ya que realmente es único que puede llenar ese vacío, entonces gozará de verdadera felicidad la familia que es la base de la sociedad.

Recordemos también que el éxito de la familia dependerá de que los padres reconozcan el hecho de que en cuanto padres de una vida humana participan de uno de los grandes atributos de Dios: el maravilloso acto de la creación. Su papel es procrear a sus hijos y educarlos a fin de que puedan finalmente volver a Él en el cielo.

Sólo con Él se puede ser consciente de las metas de la propia vida, de la del compañero y de la de los hijos; porque como aprendimos de niños, el fin único de nuestra existencia es conocer, amar y servir a Dios en esta vida, a fin de que podamos ser felices con Él en la otra vida.

Para realizar este objetivo, la familia debe ser un triángulo que consista de Dios, los padres y los hijos. Nuestro Señor nos enseñó esto cuando elevó el matrimonio al grado de sacramento. Por este medio el proporciona las gracias para el verdadero éxito espiritual en la vida familiar, a pesar de la pruebas y tribulaciones que se tengan que afrontar.

Como copartícipe en la paternidad, Dios ayudará a los padres. Su gracia hará del hogar Su morada y proporcionará los medios para la santificación. Hará a los padres capaces de un amor más grande del que pensaron que fuera posible, y los capacitará también, en cuanto padres, para alcanzar un grado de abnegación que nunca soñaron. Y todo esto los conducirá no sólo a su propia salvación, sino también a la de las almas de sus hijos, que El confió a su cuidado.

Una vez que se acepte la gran fuerza de la gracia de Dios, nadie subestimará su propio genio como padres. Muchos de nuestros propios padres y madres, por circunstancias sociales, ignoraron la psiquiatría o la psicología. Sin embargo, en general tuvieron éxito al guiar a sus hijos por el sendero de la bondad hasta la edad adulta.

Y tuvieron éxito por una sola razón: entendieron la necesidad que sus hijos tenían de amor, estimulo y orientación, y se los proporcionaron. Aunque no tuvieron especialistas en niños que los guiaran a cada paso, instintivamente hicieron lo que era mejor para sus hijos. Una vez que estén dispuestos a aceptar las gracias que Dios ofrece, todos los padres lo harán a sí también. Llegarán a adquirir una capacidad natural para ser padres, que hará mayor bien a sus hijos que cualquier plan que una autoridad humana pueda proporcionar.

Si queremos éxito y felicidad en nuestros hogares necesitamos que nuestra familia sea auténticamente cristiana. Y el verdadero hogar cristiano es como una iglesia pequeña donde la familia se une diariamente en hermosas prácticas devotas, con el rosario familiar, las oraciones de la noche y de la mañana y también el rezo antes y después de cada comida. La vida debe de ser considerada como Cristo quiere que la consideremos.

Teniendo también una gran esperanza y confianza en Su providencia. Allí se encontrará amor, ternura y perdón, pero también un alto nivel de vida moral, obediencia y disciplina. Padres e hijos, sean ricos o pobres, comparten entre sí generosamente lo que tienen, van sin cosa alguna si es necesario y soportan las pruebas y sufrimientos con paciencia.

La familia auténticamente cristiana es una escuela en pequeño donde los niños aprenden a vivir y amar como seres humanos dignos, y a trabajar por el bien de otros al servicio de sus prójimos sin pensar en las ganancias monetarias.

Esta familia cristiana también es un centro de recreación en pequeño donde sus miembros descansan en paz de las penalidades de fuera y del trabajo. El jugar juntos ayuda a padres e hijos a olvidar diferencias y a adaptarse mutuamente a sus necesidades y desarrolla los lazos afectuosos que duran toda la vida. Los incidentes humorísticos familiares son los que ayudan a desarrollar personalidades agradables y sobresalientes.

Esta imagen de la verdadera vida familiar se puede llegar a realizar mejor si se tiene como ideal la vida que llevó la Sagrada Familia en Nazaret. Porque allí “se contempla la sencillez y pureza de conducta, el perfecto acuerdo y la no interrumpida armonía, el mutuo respeto y amor, no de falso y efímero, sino del que halla su vida y su encanto en la entrega a servir a los demás.

En Nazaret, el trabajo abnegado proporcionaba lo que se requería para el alimento y el vestido. Más que cualquier otra cosa, en Nazaret se había encontrado esa suprema paz de espíritu y de alegría del alma que nunca deja de acompañar a la posesión de una conciencia tranquila. En Nazaret se podía presenciar una serie continua de ejemplos de bondad, modestia, humildad, paciencia en el trabajo arduo, dulzura hacia los demás, diligencia en los pequeños deberes de la vida diaria”.

Este modelo de la Sagrada Familia puede ser imitado solamente si se empieza a hacer que cada miembro de la familia se interese más en Dios y en las cosas de Dios que en las de este mundo. Y en la aceptación de su santa voluntad.

Debemos de considerar que este modelo de familia en estos tiempos no es fácil de imitar debido a las múltiples distracciones del ambiente mal sano y hedonista a las que se enfrenta el hogar cristiano, y además debemos estar concientes de la imperfección humana, y sobretodo en el arte y oficio de ser buenos padres; por eso es sumamente necesario que los padres hagan una seria reflexión y en ella se cuestionen primero como fueron educados por sus padres, claro esta que encontraran cosas positivas y negativas en esa educación conforme a los estándares de una familia católica, después tendrán seguir analizando cual ha sido su comportamiento como esposos y compañeros y como padres, y con mucha probabilidad se encontraran los mismos patrones de códigos y creencias que ustedes vieron en sus padres. El fin de esta reflexión es cuestionar las creencias negativas que ustedes inconcientemente han seguido para que con la ayuda de Dios se puedan eliminar estas, y a la vez fortaleciendo las positivas, todo esto conforme una verdadera familia cristiana.

Recuerden que la mejor herencia que pueden dejar a sus hijos, son los bienes que pueden durar siglos y esta herencia consistirá simplemente llevando una vida como buenos padres católicos, responsables y amorosos. Por ejemplo, si se tienen seis hijos, es posible que en la vida se tengan veinticinco o treinta nietos. Ellos, a su vez, tendrán más de cien hijos, y dentro de una centuria tal vez mil vidas reflejarán la influencia de sus antepasados en cierto grado. Si se ha sido buen padre, gracias a esto los hijos podrán ser buenos cristianos, abogados suyos en el cielo. Si se es un mal ejemplo, se puede dejar un gran número de malhechores como único tributo a Dios y a la humanidad.

También se debe inculcar y recordar siempre, que el niño es ciudadano de dos mundos, y el primer requisito de la vida familiar católica es que los niños conozcan a Dios. Sin embargo, como debe de enseñárseles esto, porque hay una gran diferencia entre “saber acerca de Dios” y “conocer a Dios”.

La diferencia se nota por experiencia personal. No es suficiente que se den al niño las verdades necesarias acerca de Dios, sino que deben dársele de tal modo que las asimile y las haga parte de sí mismo. Dios tiene que hacerse tan real para él como su propio padre o su madre. Dios no debe ser una mera abstracción.

Si lo es, no será amado, y si no es amado, todos los conocimientos del niño sobre Él serán estériles. Donde está el amor, allí está también el servicio (“Si me amas, cumple mis mandamientos”). Esta es la prueba de Cristo y debe ser aplicada al niño. Debe ser inducido a ver los mandamientos y preceptos de Dios como postes indicadores que den una infalible dirección a sus pasos. En esta tarea, la Iglesia y la familia y las escuelas católicas tienen todas por igual un papel que desempeñar.

La mejor manera de enseñar al niño el conocimiento de Dios es inspirándolo a amar y servir a Dios por medio del ejemplo.

El niño imitará rápidamente lo que ve y oye en el hogar. Si el buen ejemplo no es continuo, el niño se sentirá confuso por la contradicción entre lo que se le enseña y lo que se práctica. Su confusión será mayor cuando asista a la escuela católica o al catecismo donde se imparte religión. Allí aprenderá a reverenciar el nombre de Dios, pero en casa puede oír que se usa con irreverencia, vanamente o con ira. En la escuela aprenderá a llevarse bien con sus compañeros, pero en su casa se le puede permitir ofender y reñir a sus hermanos y hermanas.

En la escuela se enseñarán preceptos estrictos de honestidad y justicia, mientras que en su hogar puede oír que sus padres se jactan de haber hecho negocios ventajosos y haber evadido astutamente la verdad. Perturbado por estas contradicciones y desgarrado por su lealtad en conflicto entre su hogar y la escuela, perderá confianza en sus padres o en sus maestros, o en ambos.

Sólo dos caminos se abren ante el niño: estará centrado en Dios o en sí mismo. Todo niño pequeño pretende satisfacer todos sus caprichos egoístas. Enseñar a los hijos a tener en cuenta a Dios y a los otros antes de actuar es una de las más difíciles tareas a que se tienen que enfrentar los padres. Aquí es cuando éstos pueden inspirarse en la vida de Cristo.

Si se enseña al niño a dominar a sus caprichos egoístas imitando al obediente y paciente Salvador, no sólo tendrá un motivo sobrenatural para sus acciones, sino que Dios será el centro de sus afectos. Solamente entonces podrá alcanzar su pleno desarrollo espiritual.

Por último recuerden padres de familia si realmente quieren el éxito y la verdadera paz y felicidad en sus hogares, esto sólo los conseguirán siendo fieles a Dios y dándole el primer lugar en todas sus acciones y sobretodo en sus corazones.

Parte de este escrito esta tomado del libro el Manual de la Familia Católica del Rev. Padre George A. Kelly

Sinceramente en Cristo
Mons. Martín Dávila Gándara
Obispo en Misiones

comentarios: obmdavila@yahoo.com.mx

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